La alcahueta: análisis de la obra de Gerard Van Hounthorst

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La pintura, como parte de la cultura y el arte, siempre ha tenido interés por reflejar de una manera hermosa y espectacular todo aquello que rodea a la sociedad. Plasmar en una obra algún concepto que se considere importante o relevante, reflejar las costumbres típicas de la sociedad en una época concreta, aludir a la moral y la ética de forma más o menos sutil, mientras se da una clase magistral de arte… Los pintores, especialmente los clásicos, siempre buscaban una representación lo más realista y hermosa posible de la realidad, aunque no se limitaban solo a pintar algo bonito. Mandaban un mensaje con sus cuadros, a veces más evidente, otras veces camuflado en las sombras, el juego de luces o la propia posición de sus personajes. No es de extrañar que los expertos en Historia del Arte hayan podido desarrollar toda una serie de pautas que explican cada época y cada momento dentro de la pintura, con sus características propias.

Incluso aquellos temas que eran tabú o de los que no se hablaba abiertamente acababan siendo reflejados en las pinturas, como es el caso de la prostitución. Las mujeres de moral relajada aparecían en cuadros desde hace siglos, aunque es cierto que con la llegada del cristianismo y la imposición de una moral mucho más férrea, las obras de arte tuvieron que camuflar mucho más este tipo de personajes. Lo hacían enfocándose en otros que, aunque igualmente no entraban en la moral de la época, parecían tener una mayor aceptación, como es el caso de las alcahuetas. En España es de sobra conocida la obra La Celestina, una novela de hace siglos que narra las historias en torno a una mujer llamada de esa forma y que se dedicaba a unir a parejas, a cambio de algunas monedas. El oficio de alcahueta no era exclusivo de nuestro país, sino que se extendió por toda Europa, y como prueba tenemos varias obras interesantes también en el sector de la pintura. Una de las más reseñables es, sin lugar a dudas, La Alcahueta, creada por el pintor flamenco Gerard Van Hounthorst.

Contexto histórico

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Van Hounthorst nació en Utrecht, lo que hoy conocemos como Holanda, en 1590, en el seno de una familia de artistas. Pronto comenzó su formación como pintor, que tuvo su punto de inflexión en 1610 cuando visitó Roma, cuna del Renacimiento en aquellos tiempos y hogar de los mejores artistas de Europa. El genio Caravaggio había fallecido poco antes de la llegada de Van Hounthorst a la ciudad, pero eso no impidió que el artista flamenco quedara absolutamente prendado de la obra del italiano. Tanto es así que, al regresar a su patria, Van Hounthorst decidió convertirse en un alumno aventajado de Caravaggio y copiar, de una manera algo descarada, el estilo del genio italiano.

El cuadro en cuestión, de título La Alcahueta, fue pintado en 1625, cuando el artista flamenco ya había conseguido un dominio bastante importante de las técnicas de claroscuro. Formaba parte del grupo Escuela de Utrech, un conjunto de pintores flamencos que rendían homenaje a Caravaggio a través de sus obras, e impulsaron el arte popular en aquella zona del norte de Europa durante el siglo XVII. Como solía ocurrir en la época, Van Hounthorst pintaba escenas típicas y bastante cercanas a la realidad de cualquier ciudadano de su ciudad, así como cuadros más históricos, e incluso retratos, en una parte posterior de su carrera. La Alcahueta es sin duda una de sus obras más reconocidas, y supone un ejemplo perfecto del arte flamenco del siglo XVII.

Características de la pintura

La Alcahueta es un óleo sobre tabla, de unas dimensiones aproximadas de 70 x 105 centímetros. Fue pintado en 1625 siguiendo el estilo impuesto por Caravaggio décadas antes en Italia, con una fuera presencia de claroscuros. Van Hounthorst se convirtió en todo un maestro a la hora de representar este tipo de escenas, en muchas ocasiones con luz nocturna o artificial. Aquello le llevó a ser renombrado como Gerardo della Note por los aficionados italianos, que encontraban su apellido original impronunciable. La escena que se ve en el cuadro era bastante habitual en la época. Dos jóvenes parecen encontrarse en una especie de “cita”. Junto a ellos hay una mujer anciana que parece estar sirviendo de enlace entre ambos. Es la alcahueta, encargada de concertar reuniones a jóvenes a cambio de unas monedas.

Libertinaje y lujuria

La moral de la época era bastante cerrada en lo que a encuentros sexuales se refiere, incluso también en cuanto al amor. Esa idea de amor romántico que tenemos hoy en día estaba prácticamente limitada a algunas obras y novelas, y lo habitual era casarse por conveniencia, con alguien que nos asegurara el futuro. Sin embargo, los jóvenes eran el ejemplo del deseo no del todo reprimido, de la búsqueda del placer y la satisfacción más allá de los grilletes de un matrimonio que tal vez no les convencía. La sociedad no veía con buenos ojos esas relaciones pecaminosas fuera del matrimonio y las consideraba libertinaje. Por lo tanto, si los jóvenes querían disfrutar de algo así, debían utilizar algún tipo de subterfugio. Y es así como nace el oficio de alcahueta.

Comparar a las alcahuetas con madames puede llegar a ser un poco excesivo, ya que al fin y al cabo ni las chicas ni los chicos se entregaban por dinero a las relaciones. Era más bien una cuestión de lujuria, de disfrutar de ciertos placeres prohibidos antes del matrimonio. Eso sí, la alcahueta ganaba dinero arreglando esos encuentros, usualmente un pago por parte del chico. En el cuadro de Van Hounthorst, de hecho, podemos fijarnos en algunos detalles que nos guían en esa dirección. El joven de espaldas tiene un saco de monedas en la mano, que seguramente esté destinado a pagar los servicios de la anciana. Ambos jóvenes llevan plumas en el tocado, lo que los destacaba como personas de moral laxa, una forma de diferenciarse del resto. Además, el pintor flamenco no duda en mostrarnos los atributos de la chica, aun bajo el vestido, para enfocar la atención en la energía sexual del encuentro.

¿Quién fue realmente La alcahueta?

La figura de la anciana que aparece en la parte izquierda del cuadro no está tan bien iluminada ni llama tanto la atención, pero es la que marca el sentido de la obra. Su presencia convierte un encuentro habitual entre dos jóvenes enamorados en una transacción llevada por la lujuria y el deseo fogoso. De su verdadera identidad no se conoce nada, y es posible que Van Hounthorst ideara ese personaje sin basarse en ninguna persona concreta. Este tipo de mujeres eran siempre representadas como ancianas, para mostrar a través de su cuerpo decrépito las “arrugas” de su espíritu, su alejamiento de la moral imperante en la época. Es un cuadro, por tanto, que crítica en cierta forma este tipo de transacciones que solo tenían el placer como objetivo, aunque lo hace de una manera relativamente sutil.

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